DESPUÉS DEL SUPREMO

Ticio Escobar

Crítico de arte y escritor

Roa Bastos, un nombre enorme en un país demasiado pequeño, entre los cuales,  la mediocridad ni siquiera descuella: está allí destiñendo el perfil de todos los quehacer rebajando tibiamente los contornos de un mapa que se apaga.

Roa Batos, ya se sabe, ha hecho el movimiento contrario: subrayado la cartografía de este país embretando su memoria difusa, apurando sus sueños esquivos. Su obra marca la construcción más grande de una historia exigua en palabras. Y lo hace reinscribiendo la experiencia colectiva en su derecho y su revés, en sus entrelíneas oscuras y sus silencios demasiados. Forzándola a salir de sí para buscar un destino de futuro que parece prescrito para nuestro tiempo velado.

Todo esto para recalcar algo que también lo sabemos ya: la importancia de la figura de Roa Bastos no solo como el gran artista, capaz de levantar un espejo feroz ante los mil rostros de nuestra historia enrevesada, y no solo como el escritor que registró los tantos lenguajes de memorias, una y otra vez, rotas y reinventadas. No solo, por último, como el gran creador que pudo asentar el nombre del Paraguay en clave universal, sino, también, como el hombre que supo recordarnos el camino de la grandeza.

La grandeza es un término que conocemos básicamente asociado a la desventura de la Guerra Grande. Y es un término necesario para apuntalar nuestra dignidad mermada: la humillación que nos infringen quienes desgobiernan la cosa pública al ubicar el país en los primeros lugares de corrupción y los últimos de equidad. Decir el nombre de Roa ante esta cotidiana denigración no significa pensar en él como una figura redentora y única: significa pronunciar un nombre grande para conjurar la medianía de un libreto trágico que no tenemos por qué aceptar como el nuestro. Hay muchos hombres y mujeres grandes en este país que se rebaja cada día. Roa fue uno de ellos, sin duda. Como toda persona provista de grandeza, apostó y se jugó, erró y acertó.

Pero, sobre todo, construyó, imaginó, inventó formas nuevas para conjurar el desencanto. Evocar su nombre hoy es recordar el de muchos otros chamanes y chamanas cuyos sueños potentes podrían ayudarnos a desviar los asaltos de una realidad que no por demasiado habitual deber ser aceptada. En la tarea de impugnarla se juega nuestro amenazado capital de grandeza.

En este contexto, es natural que su figura marque hitos: lo necesitamos para orientarnos en medio de una escena demasiado lacia. El rumbo social precisa mojones: pistas, fuertes puntadas de sentido. Por eso, aún sin haber sido demasiado leído, Roa Batos, signaba indicios indispensables.

Los sigue trazando, desde la otra orilla de su después inevitable. Ojalá logren ellos anticipar el tiempo propicio que buscaba Roa en el fondo de cada palabra desbordada, en el detrás de los estereotipos y los prejuicios, en la deriva del decir fundante.

Ojalá el destiempo abierto tras su ausencia sirva para arrimar sueños dispersos desde los cuales reimaginar otro tiempo. Invocarlo puede constituir un homenaje digno a quien vivió desafiando el lenguaje para nombrar con  ansiedad lo que falta.

Fuente: Diario Última hora. Aniversarios. pág. 4. Sábado 10, junio 201. Asunción.

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