LA VIDA, LA MUERTE, SUS ALBURES Y ESQUINAZOS

Por Gustavo Laterza Rivarola

Algunos muertos quedan relegados al olvido, pernoctando en un depósito recóndito de la memoria de los vivos, aguardando alguna vez ser llamados por una voz, una imagen, una cita, un verso. Estos que voy a nombrar, empero, no me necesitan para eso. Murieron en cruces de episodios azarosos, coincidencias de esas que nadie explica y para las que no se está prevenido. Se fueron durante este año 2013, confirmando el dictamen cósmico de nuestro recordado poeta Mauricio Schvartzman: la vida se desliza irremediablemente hacia la profundidad del orden de la naturaleza.

JUAN JOSÉ BOSIO CIANCIO

Murió en abril, mucho antes de dar todo de sí. La ingeniería fue su oficio; la investigación, su pasión; la enseñanza, su placer. Padecía de desasosiego intelectual; preguntaba, estudiaba, escrutaba fuentes, acumulaba información, confrontaba, fichaba y archivaba.

El ejercicio profesional lo hizo geólogo. A lo largo de los años perforó el suelo aquí y allá; cuando se sintió abrumado por el gran almacén de datos reunido, decidió darle difusión, a lo que dedicó sus últimos años. Anduvo por ahí cotejando mapas y planos, trazando líneas geodésicas y señalando cursos hidrográficos, pintando curvas de nivel, aplicando cuadrículas, develando viejos errores y confirmando aciertos que eran dudosos. Determinó con precisión las medidas espaciales utilizadas en la cartografía y topografía de nuestro país durante los siglos XVIII y XIX. Develó misterios y confusiones de los planos de Azara y Chodasiewicz, superponiéndolos con cartas catastrales actuales. Su contribución con el Bicentenario consistió en fijar el meridiano cero del Paraguay, en un consorcio de estudiosos conformado con Margarita Durán.

¿Qué lo movía realmente? De seguro –atestiguo sin hesitar–, a Juan José no le movían laureles, diplomas ni trofeos; no se anotaba en torneos de atletismo intelectual ni en los de lucimiento social; era modesto y discreto, en una sociedad en que hace ya mucho tiempo modestia y discreción dejaron de ser tenidas por virtudes. Cuando finalmente la ciencia adquiera ciudadanía en este país, sus aportes tendrán su estantería propia.

Su natural generoso y franco desentonó en este mundo avaro. Juan José fue un hombre intelectualmente honesto y moralmente bueno, en el sentido ético más estricto con que estos adjetivos deben emplearse. Su pecho era mucho más ancho que cualquier tumba dispuesta a albergarle.

BEATRIZ RODRÍGUEZ ALCALÁ DE GONZÁLEZ ODDONE

Tres meses después de Juan José Bosio, su suegra, Beatriz, «Kike», recibió la conminación definitiva que nos impone el término del calendario personal. Siendo hija de un ensayista y periodista de prestigio y de la que posiblemente fuera la primera novelista en este país, Teresa Lamas Carísimo, tuvo que compartir tal prestigio de cuna y legado con su hermano, el poeta Hugo, lucido exponente de la generación del veinte. ¡Cuánto habrá pesado sobre las espaldas de la joven Beatriz la carga de tan gravosa herencia y ejemplo!

Comenzó incursionando en el ensayo literario y siguió con el periodismo, en el recordado semanario católico Comunidad, bajo la dirección del padre Gilberto Giménez, papeles pioneros en fisurar la hermética cerrazón de la dictadura en materia de prensa. Luego de sumergirse en la pesquisa en archivos, se hizo inevitable que «Kike» acabara arrebatada por la materia histórica. Escribió y publicó sobre temas dispares, según iban inspirándole: prosa periodística, ensayo literario o apologético, investigación y crítica. Fue miembro de número de las Academias de la Lengua Española y de la Historia, a las que dedicó su atención conclusiva.

Poco tiempo antes, la diabetes le había causado ceguera, la pérdida de su sentido más necesario, episodio que no pareció mermar un ápice su dinamismo y entusiasmo. Quiso enseñarnos, posiblemente, la medida exacta de su fortaleza. ¿Recibió en vida Beatriz Rodríguez Alcalá homenaje acorde a sus méritos? No lo creo. Murió calladamente. Lo expresarán mejor, seguramente, unos versos de su hermano Hugo:

El sueño de la Muerte
sus alas extendió sobre el camino;
por la Picada del Silencio

CARLOS COLOMBINO LAÍLLA

Artista en todos los géneros y en todos los órdenes. Diseñó, proyectó y construyó. Pintó, grabó, talló; fue poeta, autor dramático y narrador; gestor y curador; hasta se regocijó con el placer del periodismo ocasional y polémico. En tanto escritor, empleaba el seudónimo «Esteban Cabañas», de tal suerte que existen obras de Esteban Cabañas ilustradas por Carlos Colombino. Bilocación genial. Diversión pura.

Hurgaba en papeles coloniales persiguiendo a sus antepasados. Así habrá sido como le tomó el gusto a la Historia colonial. El fantasma del joven e infortunado capitán Juan de Osorio fue uno de sus primeros inspiradores. Pero si Carlos mismo conoció el infortunio, no nos lo hizo saber. Se diría más bien que no rechazó ninguna oferta de la vida y que se dio a la vela sin dejar deudas en sus puertos.

Durante décadas sumió el papel de arbiter estetitiorum, ejerciendo su arbitraje estético con rigor inflexible. Intolerante a veces, implacable a menudo, siempre apodíctico; no era hombre de hacer concesiones, ni siquiera cuando la cortesía aconsejaba. Todos los días del año declaraba la guerra a la mediocridad, y en cada una de esas batallas sumaba adversarios exaltados y enemistades irreductibles. Como un magneto gigante, en un polo atraía amistad leal, admiración y pleitesía; en el otro, enemistad, envidia, vilipendio.

Su contribución a la cultura paraguaya es, en este momento, incalculable. Pervivirán su obra, su escuela, sus modelos, los atajos que abrió en la grande y espesa selva de la medianía general, los testimonios de su genio que brillarán todavía aquí, sólidos e inconmovibles, mucho después de que admiradores y detractores hayamos seguido su estela en la mar.

Posiblemente, el nombre Colombino resistirá en el tiempo mejor que muchos otros. No se cumplirá con Carlos, pues, la disposición de última voluntad que él mismo pusiera en boca de su séptimo abuelo, Salvador Cavañas y Ampuero:

Ordeno también
que mi nombre desaparezca del Paraguay.

Quiero que al fin la vida no se recuerde
ni de atrás para atrás
ni hacia delante.

Como un huevo que vuelve a su primer olvido.

BEATRIZ CHASE

También fueron apenas tres los meses que transcurrieron desde la muerte de Carlos Colombino cuando se produjo la de su primera compañera y madre de sus hijos. Beatriz Chase integró con Juan José Bosio y otras poquísimas personas el primer equipo de investigación histórico urbanística, arquitectónica y urbano ambiental que hubo en este país; fueron los atlantes que sostuvieron el peso inicial de esas, hasta entonces, infrecuentadas disciplinas. Junto con Mabel Causarano y pocos más, Beatriz fue de las primeras en ocuparse del centro histórico asunceno y su bahía; fue «descubridora» también del barrio San Jerónimo. Con Luis Alberto Meyer y algunos más hizo nacer la Facultad de Ciencias y Tecnología de la UC; fue la proyectista de su campus. En fin, enseñó, estudió, escribió y publicó sobre temas importantes pero poco populares, de esos que no retribuyen en pan ni en gloria.

De talante generalmente reservado, Beatriz gozó de la satisfacción del prestigio social bien ganado en el ejercicio de la arquitectura, mas no lo dejaba saber. Con principios íntegros en todo orden de ideas y valores, su firme y habitualmente elevada voz nunca se escuchó sobrepuesta al discurso reflexivo ni sirviendo de estruendo argumental.

Una noche, después de compartir cena y compañía de amigos antiguos y cercanos, retornó sola a su casa, conduciendo su auto, que encontraron detenido, con el motor en marcha, en la avenida Mariscal López, frente a La Recoleta. Murió repentinamente después de medianoche. Su vida acabó justo allí, donde el semáforo se le puso rojo a su automóvil y a su corazón a un mismo tiempo, a escasos metros del panteón donde reposa Juan José Bosio. ¿Sintió acaso un llamado de sirena, una convocatoria para diseñar, al alimón, no sé qué proyecto celeste? Es posible. En todo caso, ¡qué mejor programa para aquel par de antiguos amigos y colegas!

Artículo publicado por ABC Digital

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